Por Tiberio Arroyave

Hasta hace pocos años, una destreza importante de los niños en los primeros pasos por la escuela o el kínder era aprender a amarrar los zapatos, saber trenzar los cordones. Recuerdo que en mi tranquila familia, para dejarnos salir a la calle, saber amarrar los zapatos era muestra de solvencia manual y capacidad de dar buenos pasos.

Mirando el tema hay mucho para estirar, amarrar o hacer moños. Dígame esas botas femeninas de plataforma y que llegan casi a la rodilla y las recorre una trenza colorida que hace las veces de un cordón de zapato deportivo, pero no, es un adorno. No me voy a desorientar con esas desviaciones del gusto que hacen de un cordón un zapato ni a mencionar las botas que parten del pie descubierto y tienen forma de sandalia. Los cordones tienen entre los deportistas y los militares sus mayores adeptos y los zapatos los queremos todos, y más los viejos que parecieran acumular los malos pasos y hasta las lágrimas.

Uno entiende que para correr se necesitan zapatos bien ajustados, pero sin cordones ni zapatos de diseño atletas africanos han humillado en carreras de fondo a atletas de West Point. Lo mismo podemos decir de las botas militares, con tantos ojales y cordones extensos que, como cualquier acción militar, no se sabe cuándo concluyen y generalmente son superadas en agilidad por unas sandalias de cuero crudo, bien puestas. Otra historia contarán las botas de caucho pantaneras.

Numas Pompilio Gil, hombre docto del Caribe -no del Mediterráneo, como su nombre pareciera indicar- y que sí sabe por dónde sale el morrocoy al agua, sostiene que el héroe de Maratón corrió la histórica carrera con unas sandalias “tres puntadas” de cuero de novillo, que tienen su origen en África. Yo con un colega de nombre tan sonoro no discuto. Por ello podemos celebrar y decirle: Usted Numas, tan querido en la Costa Atlántica, suelte las trenzas de sus zapatos que lo voy a interrogar por su amor a las tres puntadas.

Yo sí aprovecho y declaro mi culpa: desde siempre me gusta andar descalzo, así sea en la playa, el banco de coral o la carretera ardiente. La piel de la planta del pie se regenera como la de una serpiente y quien no hubiera caminado sobre las ascuas o el fuego no sabe nada de tres puntadas aladas o los cordones del sueño.