Deberían inventar y enseñar en las escuelas una manera de cortarse las uñas de los pies de tal manera que una dama se sienta fulminantemente seducida. Una manera audaz, intrépida, casi magnética, que a una mujer le resulte irresistible y le haga exclamar: “¡detente, por favor, no lo resisto, suelta ese cortaúñas y fundamos nuestros cuerpos en uno solo!”
Sería un aporte invaluable a la vida de pareja. Un adelanto de siglos en la etiqueta de alcoba que no cesaríamos nunca de agradecer. No importa si el regalo llega directamente desde el vientre de la ciencia o si brota fresco de una fusión resuelta entre disciplinas con más despliegue físico como la esgrima y el bonsái de precisión: si el efecto es rodear de un excitante halo telúrico el hecho de cortarse las uñas de los pies a la vista de la hembra, podremos afirmar una vez más que mente y cuerpo se han unido para engrandecer la vida humana.
Esperamos que así sea. Y que el día no esté lejos. Porque mientras tanto, eso de doblarse sobre sí mismo como un nudo de carne y huesos para atacar con algún filo metálico las endurecidas terminales de calcio y queratina que recubren cada uno de nuestros dedos de los pies, despojarlas del exceso de polvo y pelmazos de pelusa, mutilarlas aquí y allá como retazos de madera para que no se enreden en los hilos sueltos de las medias y cobijas, para que no torturen el cuero que recubre la punta del zapato, y para que no nos den, en fin, ese aspecto de australopitecos descalzos cuando llega el momento de andar sin nada por el mundo en algún apartado cuarto de habitación, ese acto, debemos aceptarlo, no contiene en sí mismo nada que logre acelerar el pulso de una dama.
Nos revela como ambulantes depósitos de mugre. Nos iguala por momentos con el perro que se rasca con fruición las uñas contra el suelo. Nos obliga revelar a plena luz que estamos genéticamente construidos para la rapiña, para el ataque y la defensa por un trozo de carne; que somos, al compás del clip inconfundible de un cortaúñas de metal, bestias carnívoras y peligrosas que la civilización logra encubrir hasta ese preciso instante.
Por eso rogamos a la ciencia, o a una nueva mutación de las artes marciales, da igual, que se apiade de nosotros y nos envíe, en un práctico paquete de bolsillo, las herramientas e instrucciones apropiadas para hacer del corte de las uñas de los pies nada más y nada menos que un efervescente y dinámico preludio del amor.
Zacarías V.
Que buena columna; tambien hay que resolver el futuro de los casquitos de uñas recien cortadas, que quedan punzantes en el suelo, la cama y cualquier superficie que rodee el lugar donde acontecio dicha experiencia
La solución para la uñas largas es correr por la arena dos dias a la semana, la playa se debe elegir con cuidado ceremonial, si se usa un barniz fosforescentes se puede observar a la luz de la luna el desgaste natural con el roce.
Nadie se esmera en cortar las uñas de los pies tanto como las de las manos, además la sensibilidad es casi nula. Hay pies que ostentan en su dedo meñique uñas microscópicas.
Hay acciones que, definitivamente, no seducen. El columnista acierta: cortarse las uñas de los pies, tal como lo hacemos ahora, no es ninguna anunciación de que se viene una agitada y amena sesión amatoria. Tampoco lo es: limpiarse las orejas ni pasarse la seda dental. (Todo lo cual esperamos que suceda, por supuesto, pero no a nuestra vista) 😉
Yo creo que si mi amada me viera cortandome las uñas de los pies….con los dientecitos….entraría en una disyuntiva ideaológica,acerca de: desatar el asco y despreciarme, o, contener el asco y aprovechar mi fabulosa flexibilidad en fines mas productivos.