Por: Zacarías V.

Es mitad bestia y mitad hipertrofia de la civilización. Es un animal carroñero vestido como un ser humano. Es una garrapata hinchada con ínfulas de señorita. Y hasta donde nuestra ignorancia nos permite ver, es una especie endémica de Bogotá-Colombia. Es aquella persona, mezquina y deleznable, que cuando ve que otro humano deja una silla libre en el bus toma inmediata posesión del puesto pero sin sentarse, o mejor, sentándose a medias: hace fuerza con sus muslos tensos como la mujer que orina sin tocar la tasa, y apoya las rodillas contra el respaldo del asiento de adelante para evitar que sus propias nalgas hagan contacto con esa invisible mancha de calor ajeno que ha dejado ahí el pasajero que se ha ido, esperando a que la superficie se enfríe y sea digna de recibir sus escrupulosas posaderas.

No vamos a entrar a discutir si es agradable o no la experiencia sensorial que surge cuando se sienta uno sobre el calor que ha trasladado otro al plano horizontal de una silla o asiento. Allá cada uno con sus pequeños placeres o fobias. Pero lo que no podemos pasar por alto es que aquellos que detestan esa sensación presuman públicamente de su refinamiento físico -y sin necesidad de abrir la boca- al negarse a posar el trasero sobre los despojos de calor humano ajenos, sin darse cuenta de que al mismo tiempo, con ese gesto de agazaparse sobre la silla sin sentarse del todo, están gritando a los cuatro vientos -y sin abrir la boca- que son unos buitres hambrientos, unas hienas erizadas de egoísmo territorial por una presa tan insignificante como un puesto en el bus.

Da lástima por el género humano encontrar día tras día ese espectáculo en los buses, busetas y articulados de la capital colombiana. Y si hubiéramos vivido en las edades del tranvía seguramente habríamos sentido la misma lástima en medio de gentes vestidas de paño de los pies a la cabeza. Pero da lástima no tanto por la insensatez -o en el mejor de los casos por el extremo sentido práctico a pesar de lo ridículo- de cada sujeto que ejecuta la maniobra. Sino porque no es sino arañar un poco la corteza de la civilización con las aristas de esa operación, para descubrir allí debajo lo que tantos se niegan a reconocer que somos: chimpancés con corbatín, gorilas con sombrerito, micos con sobredosis de cerebro capaces de arrojarse audaces sobre un racimo de bananos, pero que al palparlos y encontrarles algún pero, se niegan a dejarlos madurar y permitir que la naturaleza siga su curso, y en lugar de eso los protegen pelando los dientes y agitando los brazos… mientras maduran. O mientras ese calorcito que tanto les molesta abandona por fin la silla del bus.