Por Tiberio Arroyave

Me pongo a pensar y opino que las grandes industrias de la civilización humana se originan en nuestro deseo de cambiar sin hacerlo en realidad y a fondo. Eso que llaman el progreso me parece aparente y medio mentiroso. No dudo que necesitamos casas, vestido, diversión, pero la cosa es más honda. Nos mentimos de muchas maneras

No dudo que imitamos a los animales, especialmente a los pájaros, y así aprendimos a hacer casas, y siguiendo el ejemplo de los insectos terminamos haciendo ciudades. Pero el exceso es cambiar de casa o remodelar la que se tiene, y ahí está la industria de la construcción y la decoración. No nos conformamos con una morada sencilla.

También cambiamos de ser cada tanto y a eso hay que sumar que tenemos una fuerte tendencia a la novedad. Nuestra avidez de cosas nuevas nutre en gran medida a los medios de comunicación, la gran industria del cambio aparente. Y vaya si le han cogido el golpe al asunto pues nos sacan de una tragedia en horas. Nuestro deseo de novedades manejado por esa industria nos distrae de lo importante.

Ese deseo de cambiar de piel está a la base del hábito del vestido. ¿No han pensado por qué esa obsesión de usar ropa distinta con frecuencia? La enorme industria de la moda se nutre de ese deseo humano de transformación, pero creo que somos el mismo tamal con distinta envoltura.

Ese deseo de nuevas sensaciones también creo que está en el deporte y en su forma superficial del hincha. Los hinchas están hinchados, están inflados, gordos de fanatismo, de aire, de vanidad; se creen que son los héroes que ven afuera jugando, se olvidan de su pequeña vida y se vuelven grandes en el estadio. He visto que se preparan con cuidado, se ponen la camiseta, y deliran durante horas hasta que llegan y otra vez a lo mismo, a lo real de la vida cotidiana.

Creo que los seres humanos siempre queremos ser otra cosa distinta a la que somos. O jugamos a hacerlo, por algo el arte y la industria nos han metido en el sencillo juego del disfraz.