Por: Rasputín Castañeda Galeano

No hay nada más engorroso que sacar un quesito de su envoltura. Díganme si no es un fastidio sentir en los dedos ese humor lácteo, frío, que segrega el pequeño bloque blanco y cuadrado, embadurnando el fino papel de plástico que lo recubre. Yo, en realidad, si mi mamá, mi papá o mis hermanos no abren el quesito, prefiero comerme la arepa sola con mantequilla y esperar a que alguien lo ponga a salvo en una coca o bandejilla apropiada. Sin embargo, la vida es muy larga y a veces no me he aguantado las ganas de ponerle unas tajadas de quesito a la arepa de chócolo o echarle unos cubitos al chocolate humeante. Por eso, más de una vez me ha tocado enfrentarme al desafío de desempacar un quesito campesino, harinoso, salado y jugoso.

Hay dos formas de efectuar la operación. La rápida, donde agarramos dos esquinas de la envoltura con la punta de los dedos pulgar e índice, y de un tirón jalamos esa mini sábana plástica y lechosa, cayendo el quesito, después de dar un par de vueltas, sobre un porta queso que antes hemos ubicado con análisis matemático. Cabe anotar aquí que el líquido lechoso puede salpicar las manos o muñecas; incluso, si se hace una fuerza descomedida, puede el sudor del quesito alcanzar alguna prenda. En esta modalidad se recomienda alejar el cuerpo de las manos en el momento de jalar y medir bien la localización del plato para que el quesito no caiga al vacío o sobre el poyo de la cocina.

También está la manera lenta, donde, del mismo modo, agarramos dos esquinas de la envoltura con la punta de los dedos y suavemente vamos levantando los pliegues de papel, desnudando el quesito poco a poco. Así, tenemos la amargura de ver como el fluido se desliza por las paredes del plástico y aunque es posible que al hacerlo con delicadeza no salpique ni brinque hasta las manos, el solo hecho de tenerlo que sentir, ver, oler, por más rato, me hace dudar sobre cuál de las dos formas es más conveniente. Además, hay que decir que en esta modalidad, al final, es necesario sujetar el quesito por sus paredes laterales (probablemente sumando más dedos a la operación) y llevarlo hasta donde sea que se vaya a poner.

Hay que tener la certeza, eso sí, antes de aventurarse a desenvolver un quesito, de que en el lugar de los hechos haya agua. Que no vayan a estar haciendo arreglos en el acueducto o que los servicios vayan a estar cortados porque luego de enfrentarse a este desafío, y peor aún, manipular la sábana plástica y botarla a la basura, lo primero que hay que hacer es lavarse las manos desde los codos y estregarse con vehemencia todos los dedos, especialmente los sacrificados para la guerra contra la envoltura del quesito: los ya mencionados pulgar e índice, reyes de la mano. Si por algún motivo no puede lavarse las manos después de maniobrar un quesito nuevo, y para que no enfrente el mundo con los dedos oliendo a requesón, puede refregárselos contra cascos de limón o desmenuzar café crudo hasta que un olor mate el otro.

Por último, y ante la incomodidad para abrir los deliciosos quesitos de nuestra tierra, bien sea de la forma relámpago o con la fórmula parsimoniosa, solicito a las empresas y microempresas de quesitos que anexen, en un empaque aparte, unos guantes de plástico,  como los que ofrecen para comer pollo asado en los restaurantes tres estrellas, y así hacer de este acto de desenvolver quesito algo menos (d)oloroso.