¿QUÉ?

Un relato en el que no te mienten, en el que todo ha pasado tal cual te dicen, y en el que si algún fragmento es invento, hipótesis o suposición, te lo advierten para que no salgás luego a contar mentiras creyéndolas verdades. Si no lo hacen, quien escribe no es un cuentista sin ficción. Es un ladrón.

¿QUIÉN?

Cualquier persona que sepa leer y escribir. Y mejor si lee y escribe mucho. Que tenga  libreta y lapicero. Y que si tiene grabadora la use poco: a casi nadie le gusta conversar con un micrófono.

¿CÓMO?

Saliendo de la casa o la oficina a tiempo, antes de comenzar a creer que todo está escrito, o que ya hay quien cuente el mundo. Dejándose atraer por la afinidad con lo  sencillo, aunque se trate de la rutina de una hormiga por el centro de la ciudad, de un corazón partido en seis pedazos o de las peripecias de un diente de leche. Todo tema, investigado con paciencia, ojos bien abiertos y atando cabos, conduce a una buena historia. Y viceversa.

Mejor conversar que preguntar. Siempre tomar notas, durante o después, pero lo antes posible. Te das cuenta de que la historia está completa cuando sos capaz de resumirla de cabo a rabo, y a viva voz. Evitá los entrecomillados, preferí los diálogos, y casi pensá que se trata una historia que se le cuenta a un niño atento.

¿CUÁNDO?

Las historias son buses: siempre pasan, pero el que te deja, te deja. El periodismo informativo exige correr todo el día de un bus a otro. Pero a las historias les importa un pepino si uno se baja de ellas a las tres o doce cuadras. Peor para uno. Una buena historia es un bus fantasma: tiene rumbo desconocido pero siempre te lleva a un “más allá”.

¿DÓNDE?

Para comenzar, no en la llegada: no en Internet, no en los periódicos, no en las revistas, no en televisión… Sino de pie, con los zapatos en movimiento, no importa si te conducen al basurero o a una librería de segunda. Si se comienza en la propia habitación, hay que asegurarse de abandonarla pronto. Y en últimas, el primer paso, el primer lugar, es lo de menos. Una buena historia siempre te conducirá de un lugar a otro, de una persona a otra.

¿POR QUÉ?

Por todo eso. Porque es bueno moverse, conocer gente, escucharla, jugar a que se puede preguntar cualquier cosa, aprender a descubrir mentiras y a sentir el placer de confirmar verdades. Porque siempre alegra ponerle una ficha más a un rompecabezas. Porque es fácil perder, o sea mentir. Porque una cosa es que te sucedan cosas, y otra andar con los cinco sentidos despiertos para después contar. Porque las historias que se consiguen así no abundan en Internet ni en los periódicos ni en las revistas, y porque esos lugares las necesitan a gritos para no morir ahogados. Porque una historia vale más que mil noticias. Y porque si leer una buena historia deja el corazón caliente, sentir que se escribió una decente puede hacerte tan feliz como anotar el gol de la victoria en el último minuto. Los lectores, en la tribuna, te lo sabrán agradecer.

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