Pequeño homenaje al jabón

Por Tiberio Arroyave

En esto de conversar con los amigos hay cosas que me ponen a pensar, en esta ocasión fue la alegría de mi nuera mayor, Eulalia del Silencio, cuando recordó que es delicioso desprenderse, por agotamiento de la materia, de un jabón de mala calidad. Y pensé en el jabón con sus historias y sus tareas, desde el humilde y sedoso jabón de tierra hasta los más sofisticados productos de la cosmética, el arte de maquillar y ayudarse con todo, usando extractos de las semillas más escasas y las frutas exóticas, las cremas animales y vegetales, savias, un arroyo de destilación selvática, lo más extraño para algo tan cotidiano.

Para saber en últimas que un jaboncito en la cárcel, hoy por hoy, es un tesoro, y nuestros antepasados habitantes de estas tierras antes de Colón ya lo sacaban de la fruta del árbol de chumbimbo. Y eso es cosa elegante, como corresponde a los aportes de América a la cultura universal, les dimos el tomate, el aguacate y el aceite de chumbimbo, y por si las moscas del hambre, les dimos papa. Entre otras cosas el jabón de chumbimbo es tan delicado como aquel que obtenía Cleopatra, la reina de Egipto, de la leche de camellas o burras con la cual gustaba bañarse al modo de inmersión. Y en esto de sumergirse para el aseo también las gentes de estas tierras americanas les dieron a los navegantes recién llegados ejemplo diario de hacerlo por lo menos tres veces en el agua. No digo que el jabón es producto americano, es la higiene la sal de la cultura humana.

El jabón tiene su historia, igual que la aguja y el hilo y también el palillo mondadientes. Son historias que se hunden en el comienzo de la especie. Su origen, si comparamos con el fuego, es tan lejano como la ceniza y los huesos calcinados, se lo vio nacer el jabón de los residuos más humildes, la grasa que no disuelve en agua, el aceite emulsionado y revuelto con la misma ceniza o la cal. Siempre el noble jabón nace de la reacción química de una grasa con un elemento alcalino. Y no es grasa, que la queremos lejos de nuestro cuerpo, ni es dañino el jabón para la piel como los productos alcalinos. La soda cáustica y la cal disuelven casi todos los tejidos vivos y, paradójicamente, depositados con cuidado en cantidades de grasa la trasforman en algo que ayuda a sacar la grasa indeseable y disolverla con el agua y protege así los tejidos delicados de la vida. El primer triunfo de la química se dio de manera azarosa. Me encanta la química y como nos muestra que generalmente dos más dos no son cuatro; por ejemplo, dos partes de oxigeno con una de hidrógeno y tenemos agua que no sirve para respirar, ni para prender fogata, pero nos lava los cuerpos y hasta la conciencia. Vale por cinco o más.

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Sobre Tibero Arroyave:

Poco se sabe de su vida pública. Se especula con que es poeta o filósofo o ambas cosas o a lo mejor un sibarita ermitaño encerrado en una biblioteca con cama y baño. Dicen que se alimenta sólo con quesos maduros, semillas y vino en poncheras. Un día envió un texto a esta agencia y desde entonces sigue aquí. Así explica él mismo el porqué:

«Cuando el hormiguero se  agita  lo mejor es irse a pintar un ángel  más, eso decía el Perugino,  eso  practicó  mi poeta de cabecera, Lezama Lima.  Ese es  el lema secreto de la  Agencia y de mis  paginitas,  mi rincón de palabras en su  bello  invento.  Un  sitio en el cual hablar de cosas sencillas,  banales, esenciales, en un mundo en decadencia.  Tiene una magia  su  página  que no la supera ningún  otro medio  y lucho  por ponerme a tono con ese espíritu sencillo y  poderoso».