Todo parece indicar que no hay verdad ni racionalidad alguna en la actividad económica del ser humano. Hasta los personajes más disparatados y locos parecen igualados en resultados con los humanos más racionales y ordenados; ambos incurren en conductas inadecuadas y dilapidan sus recursos inexorablemente, ya sea por acción, ya sea por omisión. Ni el ahorrativo Gepetto, ni el tarambana de Pinocho, ni los pillos que lo engañaron tienen éxito y el destino los condena a todos a sufrir las consecuencias azarosas, el hambre y la necesidad. En esta materia como que la mano mágica hace el milagro y eso dicen los sabios del mercado. Los frijoles mágicos parecen la receta segura para la fortuna.

Ni hablar de las naciones o los conglomerados humanos. En materia económica ninguna casa parece prosperar por la ley de las previsiones. A los ahorrativos las inflaciones les arrebatan los bienes y a los dilapidadores el destino los premia con sorpresas inexplicables e injustificadas. He sabido de un hombre que se ganó, a lo largo de su vida, en tres ocasiones la misma lotería y, con la confianza loca en la repetición del gesto del destino, tres veces gastó a manos llenas los premios; su actitud no es reprobable y el destino que le llenó los bolsillos tres veces tampoco.

Hasta agricultores y mineros se han adaptado a ese ciclo y mientras unos sueñan con una cosecha grandiosa, otros lo hacen con una veta redentora. Por ello, cuando uno se compra una finquita y empieza su huerta, siempre hay un sabio que le recuerda que si siembra papa solo recogerá experiencia.

Por Jerónimo Luis