Doña Ruby Cardona ya no quería saber más de un sillón café oscuro estampado con flores porque hacía rato que había cambiado de muebles y ese pobre sillón de veinte años ya no se veía bien en su sala. Entonces se lo ofreció a doña Irene, su empleada doméstica, que muy contenta aceptó llevárselo.

Pasaron los meses y doña Irene no se alzaba con el sillón, porque según dijo no había podido conseguir quién se lo transportara desde Belén El Porvenir hasta su casa en las lomas de Robledo. Y doña Ruby, que ya no aguantaba más ese estorbo, decidió arrinconarlo en el parqueadero del edificio.

Pasaron los días y no apareció quién se encargara de él. Hasta que la semana pasada Ruby se lo ofreció a un reciclador que suele recorrer el barrio, y hasta lo acompañó al garage para que lo viera, y él que claro, que el lunes siguiente se lo llevaba porque ya iba muy cargado.
Como antier fue lunes, doña Ruby sacó el sillón a la acera, confiando en el reciclador. Incluso de pura casualidad se encontró al hombre en otra calle acomodando trastos y cajas en la carretilla, y le insistió. Y él que cómo no, que en un rato se asomaba. Pero cuando llegó hasta el edificio se asustó. No recordaba que el sillón fuera tan grande y ya no le cabía. Si hasta una bicicleta entera tenía encima del alto cerro de objetos apilados. Es que ya está llegando diciembre y la gente saca mucha cosa de sus casas, dice doña Ruby, a quien el hombre le prometió volver más tarde por el mueble.

Sin embargo, ella prefirió aferrarse a la esperanza de que, como todos los lunes, pasara el carro recolector de la basura y las Empresas Varias se apiadaran de ella, apartando el sillón de su vista de una vez por todas. Pero una vez más, nada. Cuando el camión pasó frente al edificio, Wilmar González y John Edison Guzmán, los recolectores de turno, medio lo miraron y siguieron su rumbo, alimentando de bolsas el monstruo tragabasuras. Que porque los muebles y esas cosas grandes no se recogen los lunes sino los jueves, cuando hay menos desechos que al concluir el fin de semana.

El sillón quedó de nuevo a su suerte. Triste como un mueble viejo y sucio abandonado en una acera de barrio, bajo el sol pleno del mediodía. ¿Qué díría doña ‘Lela’ si viviera?, ¿la tía de doña Ruby que durante años, antes de que la enviaran a un asilo en La Estrella, monopolizó el sillón para sentarse a leer y tejer gorritos y adornos de lana? Vaya uno a saber…

El que sí tiene por qué celebrar es un gato callejero, pardo y con unos ojazos tremendos según dice Ruby, y que desde que descubrió que en el sótano del edificio San Martín había un sillón, lo asumió como su cama, y todas las noches llega sin falta a dormir en él. Gato con suerte, que por ahora tiene la comodidad asegurada otros dos días, o quién sabe cuántos, porque como doña Ruby se está trasteando, falta ver si cae en la cuenta de mandar quién saque el sillón a la acera el día que se deben sacar los sillones a la acera en el barrio El Porvenir.

Medellín, diciembre 10, Juan Miguel