Ésta era una caja de madera sólo apta para tomates: con el tamaño exacto para acomodar diez kilos apretaditos y organizados de ese que llaman tomate de aliño.

De un galpón de la Plaza Mayorista la sacaron, toda llena de tomates maduros y pintones que alcanzaban a asomarse entre las tablillas de la caja, como si quisieran salirse, por encima, por debajo, por los lados.

Junto a otras cajas de madera como ella, atiborradas de limones, mangos, mandarinas, la subieron a un carro viejo rumbo a Belén Las Playas.

A la “Revueltería y legumbrería Los marinillos” llegó pasadas las seis de la mañana. Tiempo tuvo de reposar tranquila después del viaje, con sus entrañas repletas, esta caja de madera.

Casi a las ocho, Ignacio Carvajal, quien había pagado quince mil pesos por ella, se le acercó con las orejas de un martillo y le levantó las dos tablillas de la parte de arriba para sacarle, uno a uno, los tomates.

Ya vacía, la caja fue dejada en el andén de la calle 24 con carrera 70A, junto a otra de limones mandarinos sin desempacar y unos colinos de cebolla larga puestos sobre hojas de periódico.

Iban siendo las diez de la mañana cuando la vio allí Iván Roldán, reciclador de 56 años, quien pasó por esta esquina cargando sobre sus hombros dos cajas parecidas, una más de cartón, un costal doblado y una bolsa negra llena de revistas.

Iván saludó a Ignacio, el dueño de la verdulería, y levantando la caja le pidió permiso para llevársela. “Amiguito, esa caja se la regalo con mucho gusto”, fue la respuesta que se escuchó mientras Roldán se disponía a encajar la caja entre sus cosas y se las montaba de nuevo al hombro.

El trayecto esta vez fue corto. Tres cuadras más arriba estaba el comprador para las cajas. A 200 pesos las de madera, a 100 las de cartón, es el precio de don Iván. Sin embargo, Didier Mauricio García, de la verdulería “Los locos de Belén”, sólo pagó 500: 200 por la grande y de a 100 por las pequeñas.

Hecha la transacción, la caja de tomates pasó el resto del día a la intemperie y rodeada de otras muchas cajas desocupadas, unas limpias y en buen estado como ella, otras sucias, otras dañadas, otras más grandes, ninguna más pequeña; todas, en fin, útiles para volver a empacar y transportar.

Esta mañana, muy temprano, Didier cumpliría su promesa de subirla en un carro y llevarla a la Plaza Mayorista, para pedir que le empacaran en ella los tomates de hoy. O para venderla, si acaso el surtido de ayer le aguantara otro día.

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Medellín, 16 de diciembre de 2009. Gloria E.