Érase una vez una taberna que tuvo durante casi dos lustros la misma carpa roja cubriendo su terraza de tres metros por ocho. Aunque un día la carpa estuvo nueva y relucía en un rojo intenso y definido, en los últimos tiempos, después de tanto sol, tanta lluvia y tanto viento, no era la misma: estaba desteñida y llena de huecos tapados con remiendos, cintas y tablones; le faltaban pedazos en las esquinas y el letrero de la marca patrocinadora apenas se intuía.

La taberna, llamada Heladería La Americana y ubicada en la esquina norte de la carrera 52 con calle 3 sur, en el sur de Medellín, ya llevaba más de veinte años de funcionamiento cuando sus dueños de entonces le hicieron la terraza, combinando granito y baldosín, para extender el negocio y poner allí seis mesas más con sus respectivas sillas. Fue en ese momento que consiguieron aquella carpa roja y la instalaron, medio torcida desde el principio, como recordaba en estos días Abel Muñoz, chancero de esa misma esquina hace más de treinta años.

Pero hace ya dos meses que el músico Dorian Restrepo se decidió a comprar La Americana y, para empezar, invirtió los primeros recursos en adecuar su interior: la barra, la silletería, el baño, las paredes. Y se repetía día tras día que había que cambiar la carpa.

Sin embargo, pasaron semanas de callado sufrimiento, viendo ese viejo plástico con su estructura de varillas que hacía parecer la taberna como una pocilga, se le oyó decir a Restrepo, que porque era como un ajedrez así toda llena de parches.

Cuando llegaban sus amigos, a conocerle el negocio, Dorian lo primero que hacía era advertir que pronto cambiaría la carpa: era cuestión de hacer primero los ajustes adentro y luego bajar el armatoste.

Hasta que al fin llegó el día, la semana pasada, y Dorian, para quien el azul siempre había sido el color de la buena energía y las cosas agradables, pudo pagar ochocientos cincuenta mil pesos por una carpa nueva azul cielo entero, sin marcas ni letreros, y mandarla instalar.

Los operarios que prometieron llegar a las doce del día, apenas arribaron a las cuatro de la tarde y sólo a las siete y media de la noche terminaron el desmonte de la vieja carpa plástica, que hizo un solo hombre, y el montaje de la nueva, que hicieron otros tres. Un tiempo infinito, en una hora inoportuna, para el nuevo propietario de la taberna. Sin embargo, esperado lo más, se esperaba lo menos, y Dorian ya había soportado con suficiente resignación la vista de la vieja carpa durante las semanas anteriores.

Sin ganas de saber nada más de la carpa vieja, Dorian y Abel vieron cuando la subieron doblada en un carro y se la llevaron. Le dijeron adiós y le dieron la bienvenida a la nueva, que ya lleva una lavada con manguera y jabón, y que fue admirada por las hermanas Margarita y Marta Carmona, quienes la vieron recién estrenada y reconocieron, mientras tomaban unas cervezas, que estaba bonita, funcional, fina y hasta segura.

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Medellín, 24 de diciembre de 2009. GloriaE.