Esta es la historia de un negrito arboleteño. Arboleteño es el nacido en Arboletes, un municipio del Urabá Antioqueño, ahí cerca del Canal de Panamá. Claro que John Jairo Lagarejo Sala, como bautizaron al negrito, no vivió mucho tiempo en su tierra porque muy pequeño se fue a vivir a Quibdó, con su papá, su madrastra y sus cuatro hermanos. En la ciudad chocoana se aburrieron sin nada qué hacer y a finales de los años setenta llegaron a la conclusión de que el trabajo y la plata estaban en Medellín.

En la infancia, John Jairo se mantenía jugando canica, rodando llantas con palos de escoba y montando en carros de rodillos, pero a los trece años, cuando consiguieron vividero en el barrio El Pesebre de Medellín, empezó a trabajar vendiendo cigarrillos. Camelló tan duro que a los tres años colonizó el extremo ancho del separador de la carrera 80, justo antes de que los carros entren en velocidad de gotero a la glorieta de la calle 50. En este punto estratégico, John ha vendido toda clase de productos en 26 años: pólvora, globos, espaldares relajantes, camisetas de equipos de fútbol, banderas y equipos de carretera.

En este momento tiene una cabuya que forma un tendedero en triángulo gracias a un palo de mango, un poste de luz y una estaca que él mismo clavó. De repente un señor en moto le grita que a cuánto los “kit de carretera”, y John, mostrando cuatro dedos, le responde que 40 mil. Después otro señor cruza la 80 y se acerca para conocer los espaldares relajantes. John no vacila en exponer las propiedades estimulantes de las 600 bolitas de madera con las que está hecho el artículo, y explica que los compra en Barrio Triste pero él mismo los refuerza con nylon y cáñamo. En un día que le vaya bien, el negro se hace 60 mil pesos libres, pero a eso réstele los tres mil diarios que se gasta en El Rinconcito Sabroso, donde almuerza sopa, arroz, carne, ensalada, papas y jugo.

John confiesa que cuando llegó a Medellín, en 1979, todavía era un niño pero muy rápido dejó los juegos infantiles por las mujeres. Y el tipo no perdió el tiempo. A sus 42 años es padre de una docena de hijos, el mayor tiene 17 años y el menor, 4 meses. Son doce Lagarejitos con cuatro mujeres, pero apenas puede repartirse en dos familias, y así es como John amanece un día en Belén con Dahiana y otro día en El Picacho con Kelly Yurán. Y las mujeres lo saben y lo aceptan, así como los seis hijos que tiene con estas dos señoras. Le tienen tanto cariño como el mismo Alfredo Vélez, el dueño de una charcutería muy surtida, llena de chocolatinas y cervezas importadas que lo deja administrando el local un par de veces a la semana.

De camiseta amarilla, bluyin y zapatos pisa huevos, John termina de reforzar un espaldar con bolitas blancas y azules que le pidieron por encargo. El hombre tiene cicatrices en la cara, rayones en la frente, principios de terigios, callos en las manos y los dedos gruesos pero ágiles para coser. A una hora de terminar su jornada y a dos días de terminar el año, vende los dos globos que le quedaban, uno verde y otro rojo. Luego contesta llamadas de celular. Cuelga. Reflexiona. Y dice, con la mirada clavada en la glorieta y las manos trabajando, que para el 2010 espera operarse. Pero no es que esté enfermo, no. John es un roble pero desea hacerse la vasectomía, necesita ponerle fin a su faceta de curí.

Medellín, diciembre 30 de 2009. Rule.

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