Por: Tiberio Arroyave.

Ahora entiendo, como chorizómano primero y como chorizólogo después, que el chorizo es un buen engaño y una buena manera de procesar restos de carnicería. Muchos se  hacen con  buen arte: te gustan, no siempre. Y pienso que escribir tiene su eco en esa habilidad. De España procede la tradición choricera y la habrán ellos aprendido de fenicios y turcos. Hacer chorizos es arte ancestral, no  tanto  lo de adobar los restos, sí lo de hacer pasar una cosa por otra; los mentirosos, impostores y ladrones están bien retratados en la literatura castellana. Y bueno, volviendo a los chorizos, entiendo que así llaman en la península Ibérica a los ladrones. Y es que el que miente roba, y saco en limpio a los carniceros que me proveen y a Pinocho. En este arte menor de la choricería no hemos sido malos alumnos los colombianos, ya en el siglo XIX  nos disputábamos como excelsos carteristas, con la competencia chilena, a Madrid como plaza para nuestras fechorías.

De manera que hace  años los guerrilleros de las FARC, disfrazados de fuerza pública, incluido un perro callejero disfrazado de Pastor Alemán antiexplosivos, tomaron a 12 diputados del Valle del Cauca como si fueran a salvarlos de unos atentados, mientras los hacían de verdad sus rehenes y los sacrificaron luego de manera torpe y cruel: nos metieron un gol inolvidable. Mejor dicho, nos dieron chorizo. El procedimiento del chorizo en la liberación de Íngrid* se ha repetido, pero con perfección asombrosa. No fue ya buseta el vehículo sino helicóptero recién pintado, ni fue acción sorpresiva y a mansalva sino directa, con la vigilancia al frente, y  los detalles y la escenografía se acercaron al virtuosismo de los artistas del cine.

Es un arte menor el arte del chorizo, meter gato por liebre, doblegar por las artes de Ulises a las fieras no es poca cosa, es parte de nuestra innata capacidad histriónica de imitar, de engañar para obtener nuestros fines. Hay que finalizar diciendo que cuando a uno se lo hacen duele el amor propio pero cuando se logra lo contrario, con un opositor de respeto, la alegría se acerca extrañamente a la experiencia de lo sublime… No tanto, exagero: se parece más al sentimiento del vendedor  a quien el proveedor no paga por alguna razón y frente a ello dice: “pero me queda el consuelo de que le vendimos bien caro”. No tan banal, seguro, no es lo mismo secuestrar un turpial que soltar un cóndor de los Andes a que emprenda su vuelo.

*Precandidata presidencial colombiana, secuestrada por las Farc y liberada por el Ejército Nacional en la llamada Operación Jaque.