Quiso en una ocasión,
la trágica providencia,
que a un bar donde abundaban los locos,
en el centro de Medellín,
llegara una noche un gatito negro y pechiblanco,
buscando casa y amor.
El Guanábano era el bar,
y una muchacha que allí se encontraba,
a primera vista se enamoró.
Cristina Orozco es su nombre,
periodista su profesión,
apenas 23 años tiene,
y de luto está hoy.
*
Se le ocurrió a Cristina,
inspirada por la repentina pasión,
llamarlo como a otro gato,
que una vez conoció.
Lo llevó para su casa,
un quinto piso en el Centro más centro,
donde la idea de una mascota
al principio no gustó.
Pero con el tiempo,
en la madre, Sofía, y el hermano, Simón,
el cariño por el minino nació.
*
Por desgracia nada pudo contra el escozor,
que al padrastro provocaba el pequeño juguetón.
“Saquen a ese animal de aquí”,
decía el muy insensible,
al que cualquier animal,
por lindo que fuera,
inspiraba repulsión.
Hubo que encerrarlo a ratos,
y regañarlo por jugar,
con la colección de ajedreces del Ogro,
como la muchacha al señor bautizó.
*
Para arreglar el embrollo del nombre robado,
Juan Porro II fue el nombre que la muchacha al gato le dio,
porque Porro (solito) se llamaba el otro cuyo nombre hurtó.
Pero este nombre en la casa de Cristina,
tampoco gustó,
y la mamá le decía Paco,
y el hermano Paporro,
y el Ogro se asqueaba tanto
que su nombre ni siquiera conoció.
*
Lindo minino, hiperactivo y explorador,
bufanda y boticas blancas,
ojos amarillos,
y carácter juguetón.
Desde la primera noche como cama eligió
la espalda de la muchacha,
que dormía siempre bocabajo,
para que en una noche de pesadillas
no fueran las brujas a extraerle el corazón.
Y arrullada por el ronroneo, la muchacha,
aquellas pocas noches muy feliz durmió.
*
Gustaba el gatito de jugar a deshoras,
o sea a la madrugada,
y de torturar cucarachas, hasta matarlas,
en una terraza.
Días enteros dedicó Cristina
a poner en el balcón un angeo de gran extensión,
para que no fuera el gato a aventarse,
a ese río de carros,
que abajo en la calle Sucre era constante.
*
Apenas un mes duró el adorado felino,
a quien Cristina todo su amor profesó,
pero la profecía del Facebook,
no muy certera, pero sí muy trágica,
resultó.
Le había dicho una pitonisa
de esa frívola red social,
que un gato la muchacha
intentaría cocinar.
*
Y un día aciago,
el de los Reyes Magos,
en un momento en que de su cuarto
la muchacha se ausentó,
un ruido desgarrador
en esa calle del Centro se escuchó.
Cristina corrió al balcón,
pero muy tarde llegó.
Y abajo yacía,
acostado en el asfalto,
el amado minino,
todavía pechiblanco,
aunque ya no juguetón.
*
Corrió escalera abajo la muchacha,
tratando de ahogar sin éxito los gritos.
“Esa muchacha se volvió loca de tristeza”,
declaró a A-Pin don Libardo,
portero del edificio,
que conmovido por el llanto,
la caquita póstuma del gato limpió.
Y llegó Cristina hasta el felino
en el momento justo en que de sus ojos la vida se iba.
*
Se abrió mucho la gatuna pupila,
hasta que muy negra quedó,
y no quedó del gatito,
más que una bolsita de piel,
rellena de huesos rotos.
Y el corazón de la muchacha,
que no pudieron robar las brujas,
sin gato ni posible consuelo,
muy triste, por siempre, quedó.
*
Medellín, enero 19 de 2010. Paca Lema.