Por: Tiberio Arroyave

¿Habrá algo más humano, más universal, más real, más contundente, más omnipresente y continuo? Peor que un hijo natural no reconocido, un pobre peo nunca parece tener dueño, ni origen, ni futuro; las mujeres reconocen más fácil la interrupción de un embarazo por su propia decisión que reconocer uno humilde y son sus enemigas naturales y son capaces de prescindir de hombres fabulosos por una simple emisión de gases no ritualizada, no controlada, no cubierta de improperios, como si ellas no fueran biológica y efectivamente las autoras al 50% de esta parte de la emisión de gases de los seres humanos vivos. Universales como la muerte son las flatulencias y tampoco podemos olvidar que hasta los muertos emiten sus despedidas olorosas, eso lo puede confirmar cualquier sepulturero y en los velorios es de conocimiento corriente y hasta los deudos, en medio del llanto, cometen también las últimas injusticias echándole la culpa al muerto.

¿Sabían los lectores que además de los millones de vehículos son los gases de los vacunos quienes más contribuyen al calentamiento global? Y en la tierra hay millones de vacas y ovejas pero hay también más millones de seres humanos que silenciosa o ruidosamente contribuyen con sus fétidas emanaciones al mismo problema que tiene a nuestro planeta en una disyuntiva difícil de resolver. Porque, queridos lectores, muchos ecologistas y ambientalistas prácticos, ustedes pueden dejar de adquirir automóviles y montar mas en el metro o irse en bicicleta o caminar mas rápido para llegar a tiempo, pero señores y señoras: de la emisión de los gases abdominales no se libran ni las más bellas viejecitas de la cuadra, ni las tías más elegantes y serenas, ni el Papa, ni los sublimes curadores de las obras de arte del Vaticano. Estamos en flagrancia y arrojamos a la atmosfera toneladas de potasio, sodio, metano y en minúsculas partículas residuos orgánicos, esos que hieren la nariz y acaban una bella amistad que apenas empezaba.

Publicidad mayor tienen otras emanaciones del cuerpo, y millones de dólares recogen las trasnacionales de las toallas y los pañales pero los humildes y universales peos sólo tienen escritos torpes que no ha hecho nada por liberar a tan humano agente de su aureola siniestra. Yo, que he dedicado mi vida a la poesía y a la literatura, al ensayo y a la enseñanza de lo bello, no los he podido redimir de su leyenda oscura y por el contrario contribuyo con su descrédito y el mío al lanzarlos como hijos expósitos en cualquier lugar. Ya no me conmueven las miradas sorprendidas, los rostros en rictus de extrañeza y dolor como si no pudieran esas bellezas ser también de su autoría. Canto aquí al peo en su soledad y en su delirio de grandeza, su mayor logro es como un buen queso maduro: dar tajada.