Por: Tiberio Arroyave

Ya estoy en el punto de Maradona, “di todo lo que pude”, dijo, realista y sabio, cuando habló del fracaso de la selección de su país. Y es bello el sabor de la derrota y el fracaso, enseñan más que el engañoso triunfo. El fracaso es lúcido como una gota de agua. Esta opinión que acepta el fracaso me gustó y muestra que a la sabiduría llegamos por el dolor, por el desprendimiento; pero debo afirmar que me impactó más en el alma la opinión de Juan Gossain antes de retirarse: “Mi tiempo ha terminado”. Ambas expresiones me gustan y me recuerdan mi canción preferida: “Nadie es eterno en el mundo”. Estamos en un camino de perfección, vamos del caos a la luz, tenemos que aprender a amar sin egoísmo, como casi todos los árboles, tenemos que partir sin rabiar, como la sal que entra en el agua. Yo me estoy despidiendo desde hace medio siglo pero no me escuchan. La tontería mía como la de Maradona sí es más duradera, lo entierra a uno.

La verdad es que vivimos como si fuéramos eternos y buscamos quimeras por generaciones, por siglos, en toda la tierra, en toda nuestra evolución como materia orgánica que se reorganiza. Como ya estoy de salida en esta hora de los balances puedo opinar que en la historia de nuestra especie las sociedades que buscaron la libertad terminaron amordazando las elementales y las que buscaron la justicia profundizaron las más visibles inequidades.

Todo empieza con las mentiras que somos capaces de decirnos, desde el espejo en la mañana hasta la noche antes de dormir. La primera ficción es el nombre propio y las otras son más complejas: soy humano, colombiano, del siglo XXI, demócrata frustrado, machista arrepentido, intelectual cobarde, escritor inconstante. Mejor no dar más detalles de mi relato, es como todos: gaseoso, inexacto, pueril, extraño. Pero les sigo anudando estas palabras.

Mi lema es que para ser humanos lo primero es no decirnos mentiras. El creador de Pinocho era un romántico y creía como todos ellos en una sociedad guiada por el amor, por la verdad y por la honradez. Pero estamos en eso de la mentira que empieza con el asunto de que la palabra naranja no es una naranja y uno puede tener un castillo sin tener un castillo. La palabra no es la cosa, pero se parece. Pero creo que desde el “¡buenos días!” todo se va por el tubito de la mentira. Y creo que antes, desde que uno no escoja el nombre que lleva, ya hay una suerte de impostura. Por esto de mi adicción a las paradojas, como esta de amar las palabras, me gustan y odio las palomas, los colombófilos saben que son más crueles que otras aves y en rigor no merecerían ser el símbolo de la paz.

NO DECIR MENTIRAS.
Por Tiberio Arroyave
Ya estoy en el punto de Maradona, “ di todo lo que pude”, dijo, realista y sabio, al
renunciar a la dirección de la selección de su país, y es bello el sabor de la derrota
y el fracaso, enseñan más que el engañoso triunfo. El fracaso es lúcido como una
gota de agua. Esta opinión que acepta el fracaso me gustó y muestra que a la
sabiduría llegamos por el dolor, por el desprendimiento; pero debo afirmar que
me impactó mas en el alma la opinión de Juan Gossain antes de retirarse: “Mi
tiempo ha terminado” Ambas expresiones me gustan y me recuerdan mi canción
preferida: “Nadie es eterno en el mundo”. Estamos en un camino de perfección,
vamos del caos a la luz, tenemos que aprender a amar sin egoísmo, como casi todos
los árboles, tenemos que partir sin rabiar, como la sal que entra en el agua. Yo me
estoy despidiendo desde hace medio siglo pero no me escuchan. La tontería mía
como la de Maradona si es más duradera, lo entierra a uno.
La verdad es que vivimos como si fuéramos eternos y buscamos quimeras por
generaciones, por siglos, en toda la tierra, en toda nuestra evolución como materia
orgánica que se reorganiza. Como ya estoy de salida en esta hora de los balances
puedo opinar que en la historia de nuestra especie las sociedades que buscaron la
libertad terminaron amordazando las elementales y las que buscaron la justicia
profundizaron las más visibles inequidades.
Todo empieza con las mentiras que somos capaces de decirnos, desde el espejo en
la mañana hasta la noche antes de dormir. La primera ficción es el nombre propio
y las otras son más complejas: soy humano, colombiano, del siglo xxi, demócrata
frustrado, machista arrepentido, intelectual cobarde, escritor inconstante. Mejor
no dar más detalles de mi relato, es como todos: gaseoso, inexacto, pueril, extraño.
Pero les sigo anudando estas palabras.
Mi lema es que para ser humanos lo primero es no decirnos mentiras. El creador
de Pinocho era un romántico y creía como todos ellos en una sociedad guiada por
el amor, por la verdad y por la honradez. Pero estamos en eso de la mentira que
empieza con el asunto de que la palabra naranja no es una naranja y uno puede
tener un castillo sin tener un castillo. La palabra no es la cosa, pero se parece.
Pero creo que desde el “¡buenos días!