Por Blimunda Pedrero

Antes que nada, dejemos en claro a qué nos referimos cuando hablamos de nada. Nada no es ni ocio ni recreación ni descanso ni pausa activa. Por lo tanto no es ni ver televisión ni hacer crucigramas ni escuchar música ni hablar por teléfono ni acostarse a dormir. Nada es aquello que dudaríamos responder si nos preguntan ¿qué estás haciendo? Difícilmente diríamos: “Aquí arrancándome una costrica”, o “Mirando pa’l techo”, aunque estas actividades son sin duda gratificantes para el cuerpo y el espíritu, y no deberían ser inconfesables ni recriminadas por los afanosos de la producción y por quienes sólo paran para recargar energías y luego seguir produciendo.

Hecha esa aclaración, lo primero para el que quiere dedicar unos minutos de su tiempo a nada debe verificar que efectivamente puede hacerlo, que no tiene cosas pendientes, que dispone de tiempo y que ninguna situación está en vilo esperando por una decisión suya. Establezca cuánto tiempo quiere dedicar a hacer nada, apague su celular o cualquier aparato en el que pueda recibir mensajes o llamadas. Aleje toda posible distracción. Y si cuenta con un tiempo limitado, ajuste su alarma para saber cuando el tiempo de no hacer nada haya terminado.

A continuación busque un lugar cómodo, alejado de los demás miembros de la familia, vecinos o compañeros de trabajo para evitar que le asignen actividades, lo pongan a hacer mandados al verlo desocupado o le critiquen la vagancia. Hay variedad de espacios que puede tener en cuenta: una cama, un sofá, el balcón, el suelo, la terraza. Asegúrese de que en el sitio elegido no haya libros, periódicos, radio, computador, juegos, cortaúñas, copitos o cualquier objeto que le haga declinar de su propósito y desviarse hacia alguna actividad así sea medianamente productiva, con resultados positivos o constructivos para usted.

A seguir, dispóngase a hacer nada en la posición que le resulte más cómoda. Recuerde que nada es nada. No se ponga a comer ni a meditar. En cuestión de segundos usted se dará cuenta de lo difícil que es no hacer nada, tendrá que apelar a lo que está permitido dentro de esta inactividad: todo aquello que resulte intrascendente, que no represente ningún aprendizaje ni experiencia enriquecedora. Puede comerse las uñas, jugar con el pelo, hurgar en las hendijas de las paredes, quemar fósforos, contemplar el panorama, atisbar a los vecinos, parpadear, reventarse granitos, contar las tablillas del techo, pensar tonterías (no intentar resolver problemas). No se trata de un ejercicio creativo, se trata de dedicarse a las actividades más banales, a nada.

Al final, verá lo saludable, lo sano, lo necesario que es no hacer nada, perder una porción de tiempo en acciones sin sustancia alguna, en esa actitud que tanto critican nuestros acudientes y muchos de nuestros colegas. Estoy segura de que es algo que en el fondo todos queremos ser en algún momento de la vida: unos holgazanes sin oficio ni destino, entretenidos con bobadas, como dicen mis tías.