Por Tiberio Arroyave

Los pañuelos y las corbatas se han ido de las indumentarias de los jóvenes, con excepciones nada honrosas: los estudiantes de Derecho de todas las facultades del mundo empiezan a mirarlas en las vitrinas de los almacenes apenas aprueban su primer semestre. Quizás la propensión de algunos de los futuros abogados a los malos manejos, la intriga, el chisme y los negocios turbios se pueda deber al uso prematuro de esta prenda. Sería muy revelador si algún investigador pudiera lograr mostrar relaciones estrechas entre el uso de la corbata y la corrupción en todas sus formas. Como muchas otras investigaciones, sencillamente lograría demostrar con pruebas lo que el pueblo llano sabe desde hace varios siglos: donde hay corbatas hay apropiación indebida. Y llamar a alguien “corbata” es describirlo con malas tintas.

Conozco un joven profesor de filosofía empresarial que las usa desde los siete años. Su madre, entre voces bajas de callada protesta como si temiera que él la oyera, nos cuenta que le dio por seguirlas usando desde que hizo la primera comunión, y fue con ellas a primaria y a secundaria y luego en la universidad siguió con ellas, aunque las tapara con chalecos de lana de Cachemir.

Las corbatas han sido denunciadas por los estudiosos de las costumbres y dicen que son prolongaciones o signos de poder sexual. Yo sólo sé que quienes se niegan sistemáticamente a usarlas son un grupo de dogmáticos cerrados y confiables que primero se morirían que ponerse una. Esos sí son principios. Yo he encontrado que los miembros de ese club de SINCORBATA son muy eficientes, leales y activos, como si tuvieran deseo de demostrar su empuje. A mí el tipo que se niega fieramente a usar la mencionada prenda lo pongo de entrada en el grupo de los que recibirían mis bienes en custodia. Una mujer con corbata si es otra cosa, siente uno que con ellas se puede arriesgar a fundar una familia, una ciudad o un país.

Los pañuelos son otro cuento. Creo que la descripción que se hace de su uso es una de las páginas más repugnantes de la historia de la literatura escolar y se le debe a nadie más ni nadie menos que al gran venezolano de las buenas costumbres y de la urbanidad. Carreño, que no pasa de moda y es recomendado siempre, tiene ese lunar protuberante en su récord. Las oraciones para invocar al demonio son nada al lado de esas líneas sobre el uso del pañuelo; creo que fueron la inspiración para Kleenex y su emporio empresarial. ¿Habrá algo mas repugnante que una persona que se limpia ‘guanabanera’ y ‘ametralladoramente’ los mocos en medio de un  acto social? Pero lo peor es cuando dobla su pañuelo y lo guarda nuevamente en su pantalón o saco. Por ello es que mi maestro de música, Pechicorcho le decíamos, quedará en la memoria  de muchos y para siempre no por el pechito  hundido entre los brazos sino por su costumbre de usar la corbata como pañuelo, Q.E.P.D.