Por Blimunda Pedrero

Si hay algo que me irrita es que me pregunten si estoy estrenando. A pesar de lo obvia, molesta o inoportuna que pueda resultar para el interrogado, es una pregunta a la que casi todos nos lanzamos cuando vemos un bluyín demasiado oscuro, una blusa demasiado blanca o unos tenis demasiado limpios. Sé de muy poca gente a la que le gusta que lo hagan o que, de hecho, se adelante a la pregunta y presuma explícitamente de su nueva prenda, llámese ropa, calzado, bolso o accesorio. Por lo general, el que estrena un día de semana cualquiera sólo quiere remediar una falta, aprovechar un descuento o hacer buen uso de un dinero que tenía. La muestra está en que uno estrena sólo una prenda, difícilmente un conjunto completo.

El hecho de que le pregunten a uno, con un inefable tono de cómplice picardía, “¿estás estrenando?”, revela tantas cosas de uno mismo y su relación con los demás que por eso prefiero no estrenar o, al menos, que no se note la novedad en lo que llevo puesto. La pregunta, a la que resulta imposible escapar con una negación rotunda o alegando que hace años se la ha estado usando, devela que es tan escaso el repertorio y, por ende, tan conocido, que es apenas notorio cuando algo nuevo ha entrado a hacer parte del armario. Además, deja en evidencia que quienes lo rodean a uno conocen al dedillo la camisa rosada, el bolso rojo desteñido o los zapatos de gamuza que se inundaron en un día de poca lluvia.

El problema de estrenar es que se nota. Por eso no falta el que te pisa los zapatos o el que te hace caer en cuenta de que aún tienes una etiqueta pegada al cuello. También está el que hace comentarios incómodos sobre tu capacidad adquisitiva, deduciendo olímpicamente que ha sido un jugoso e inesperado ingreso el que permitió la compra. Y es que el ‘estrén’ del otro, en épocas no acostumbradas para ello, hace que salga de nosotros la más guardada capacidad de indiscreción.

Se diría entonces que lo mejor es que nadie haga la famosa pregunta y escatime en comentarios. Pero ahí viene lo peor de estrenar, y es que si nadie lo nota o si ni una sola persona siquiera lo menciona, uno siente que lo que está estrenando es muy parecido a lo que ya usa o definitivamente no le queda bien. Estrenar hace que uno se sienta inseguro.

Por eso, y en vista de que se avecina la época de primas, natilleras y prenderías, hago pública mi decisión de no comprar ropa, zapatos o bolsos nuevos. Voy a dedicarme a las segundas, a los usados. También intercambiaré prendas con mis sobrinas y hermanas de la misma talla para que así todas salgamos con ropa diferente pero no nueva. Y cuando fuera del caso estrenar, optaré por ponerme primero las prendas en casa, las veces que sean necesarias para que se insinúe al menos la primera mota, el primer rayón o el primer hilito salido del orden.

Sólo así, espero engañar a mis compañeros y evitarles el bochorno que se siente después de preguntarle a alguien, que se esmera por lucir descuidado, si está estrenando.

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