Por: Ireneo Espósito

Por lo general, todos los domingos tengo insomnio. Durante todo el día me dedico con esmero a vegetar frente a la pantalla del tv o el pc o, eventualmente (eventualmente porque todo el cine que quiero ver tarda en llegar y recurro al sagrado derecho de la piratería) frente a una pantalla de cine, y cuando llega la hora de dormir estoy cansado de descansar y por eso no duermo. Intento todo, alguna vez troté alrededor de mi cama, hice flexiones de pecho, abdominales, sentadillas y otros ejercicios difíciles de mencionar con el objetivo de caer rendido como una piedra pero lo que logré fue sudar los calzoncillos. Leo y no me da sueño. Veo programas de cocina y no me da sueño. Escucho música triste y no me da sueño. Tomo leche tibia y me da sueño pero la excursión subsiguiente al retrete me lo quita. Necesito encontrar un remedio para el insomnio de los domingos.

Últimamente he pensado que lo mejor sería proveerme de una gama de películas endiosadas por la crítica que a mí definitivamente me han sedado. Recuerdo que en un ciclo de Tarkovski solo alcanzaba a ver los primeros minutos de las películas y las últimas líneas de los créditos: el intervalo era un plácido recorrido por la nada. Claro, cuando estoy junto a los cinéfilos más eruditos yo hablo maravillas de Solaris (que no he visto completa pero tiene un título fácil de recordar), le doy a mi voz tono conmovido cuando se habla de Nostalgia (que no he visto completa pero de la que recuerdo una buena fotografía), y si los cinéfilos más críticos empiezan a enumerar las películas que han visto completas de este director yo participo en el concurso diciendo Stalker (que aún no he podido ver pero como es una ficción científica de nombre potente me hace sentir vanguardista y poco complaciente).

Pero Tarkovski no es el de la culpa, la culpa es mía por preferir a los vaqueros, los zombis y los ninjas. Aunque entre esas preferencias geeks que son tan comunes en estos tiempos modernos también hay mucho de donde elegir si se quiere preparar un remedio contra el insomnio. Me pueden inmolar por esto pero soy incapaz de digerir completo cualquier episodio de La guerra de las galaxias: nada más adormecedor que esos diálogos eternos en los que diplomáticamente se juega el destino del universo cuando lo único que uno quiere ver es sangre (así sea verde como Yoda) o rayos láser haciendo explotar a gente viva. Los monstruos galácticos, las naves espaciales, los guerreros de poderes psíquicos no tienen mucho impacto si se dedican a conversar y hacer chistes flojos como los de Han Solo. Yo creí que en el episodio 1, 2 y 3 la historia sería distinta pero lo único por lo que no me quedé dormido fue porque de vez en cuando salía Natalie Portman y porque me habían dicho que en la tercera parte muestran cómo descuartizan al futuro Darth Vader.

Los domingos suelo añorar los momentos en que me quedo dormido fácilmente en el cine y envidio mucho a la gente que sin excepción cae privada frente a una película, como mi padre, que incluso a veces roncaba y siempre tenía el descaro de decir que la película era una cinta o renegar si pensaba que había sido una lata.

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