Por Josefa Garra.
No me diga que bien pueda me siente, que ya me colabora. No me diga eso mientras vuelve al teléfono y acaba de decirle a su hijo que termine la tarea o mientras se aleja de mí para sacar una fotocopia que nada tiene qué ver conmigo.
Yo no vine a que me colabore, el carácter colaborativo es otra cosa, lo que usted debe hacer es servirme, escucharme, atenderme, responderme, en una palabra: trabajar. Porque diga colaborar no se hace más bonito ni digno, sólo le pone un tono rimbombante innecesario y ridículo y, lo que es peor, me involucra en la atención que usted, señor agente de viajes, señora de la tienda, joven cajero de banco, señor empleado de la EPS, me debe dar a mí.
Yo no comparto responsabilidades con usted. Si el procedimiento, trámite o servicio no sale bien no vamos a compartir las culpas. Yo vengo a que usted me venda un papel higiénico, un tiquete de avión, me diga cómo me desafilio de su EPS o me explique cuánto hay que pagar para cerrar una cuenta de ahorros.
No se confunda, no. No quiero que se arrodille y se desviva por mí. Sólo quiero que deje de pensar que lo que usted hace es colaborarme, porque por lo general a usted le pagan por lo que no hace. Yo no trabajo con usted, no hacemos nada en equipo, por lo tanto no es colaboración lo que usted me brinda ni lo que yo espero.
Dudo que sepa lo que se siente al escuchar esas palabras: una rabiecita que se empieza a expandir desde el estómago pasando por el pecho y las extremidades, hasta la cabeza; que en ese tránsito se transforma en desespero y termina llegando, rápido, a las manos, como un corrientazo que las pone rígidas, y hasta al más paciente se le empieza como a cerrar el puño. Con esas palabras, usted es culpable de una transfiguración en el rostro, en la persona. Es culpa suya esta nueva arruga en la frente, esta pata de gallina que antes no tenía.
Pero aunque no parezca, yo lo comprendo. Usted ha caído en la trampa según la cual unas palabras son mejores que otras, más elegantes, más bonitas. Usted dice colaborar por no decir ayudar, como también debe decir colocar en vez de poner, recepcionar en lugar de recibir, direccionar en lugar de dirigir. Sé que posiblemente lo que usted está haciendo es obedecer a algún manual o protocolo de atención al cliente donde dice que ayudar puede tomarse a mal, entonces mejor use colaborar, una palabra que casi no ha sido manoseada. Pero le puedo asegurar a usted y sus manejadores que el verbo colaborar prefiere morirse por desuso que seguir siendo mal utilizado.
Y yo prefiero que mejor no me atienda a que me diga que ya me colabora.
Gracias.
Sólo langosta, sólo langosta!
Buena garra, Josefa.
Que precisión! No habia leido antes a esta Garra de Josefa! le queda muy bien el nombre!
Por lo leído nunca ha estado detrás del mostrador!!!!
Pedro, gracias a vos, ni más faltaba.
Pues yo, qué buena la doble ración de langosta!
Yoni, buen apunte, Rojo.
Pancra, al parecer fue un nombre muy estudiado por nuestra nueva columnista.
Lila, nos dice Josefa que trabajó por mucho tiempo como funcionaria del Estado y que ahí adquirió parte de su garra.
¡Saludos y gracias por pasarse por aquí!
Una lectora comentaba alguna vez por los extraños nombres de los escritores de la Agencia. Yo le quiero contar que no son ficción sino que es un esfuerzo de los editores, ellos han tratado de buscar colaboradores únicos: Blimunda Pedrero tuvo que ser rescatada de un internado de Granada, Antioquia, ella se aburría mucho pues su verdadera vocación son los viajes; Rasputín Castañeda fue ubicado en un Liceo de Fredonia, no quería salir de la biblioteca; Zacarías V. lo encontraron en una finca de Chigorodó, manejando un trapiche viejo; Emeterio Gual es un vendedor, primero ambulante y ahora tiene tienda propia en Pedregal, vende colchones a domicilio los domingos, me lo encontré yo mismo en el Metro de Medellín; la tal Teresita Abril es una amiga de la infancia revolucionaria de cafetería que simula tener la tercera parte de su edad real; Ireneo Expósito es acomodador en el teatro Lido de Medellín; Nicolás Otero arregla paraguas por la iglesia de la Veracruz; Josefa Garra es secretaria de un juzgado que conserva la reserva de los sumarios.