Por: Teresita Abril.

Mi mamá, debo decirlo, es muy cansona, se pasa de la raya. No contenta con regañarme todo el día también regaña a mis amigos y a todas mis amigas, menos a Lucha que la dejó muda cuando le empezó a reclamar por los bluyines rotos que tan caros había pagado. Y es que Lucha le hace honor a su nombre. En realidad se llama Lucía pero cuando vamos a partes difíciles es soberana y tiene unos arrebatos que ella misma llama de ira divina. Yo la invito a todas partes pero antes de llevarla a mi casa sí le dije: “Lucha querida, no sé con qué te salga mi mamá pero te puede encender la loma por los pirsin, o por el tatuaje o por la ropa o los zapatos”. “No seas boba, déjamela a mi”.

Y así fue que cuando estábamos en el comedor, estudiando para el parcial de matemáticas,  mi mamá se dejó venir con todo el arsenal y empezó por el tatuaje de la serpiente en el hombro izquierdo, que si no era una calcomanía o un tatuaje temporal y esos anillos en los labios y terminó hablando pestes de los pantalones con ventilación. Como la cantaleta era integral y, sin blanco seguro, Lucha se tiró su pelo negro para el otro lado y le fue diciendo a doña Martha: “Pues doña Martha, usted no le hace honor a su nombre sino que se debería llamar María, y es que Martha fue una mujer que la Biblia presenta como fuerte, independiente y liberada, como que no sólo le lavó los pies y le echó aceite a Jesús; en lo único que se le parece usted es en que dice lo que piensa, pero no está pensando que estos aritos en la boca y esta piedrita en la lengua –y sacó la lengua larga con un tatuaje que no le había visto- me dan alegría”.

Y siguió como una ametralladora, haciéndole honor a su nombre, que los huequitos en el pantalón eran frescura, libertad y piel para los ojos de los amigos y hasta para los desconocidos, que no se imaginaba como era de rico sentir que el aire acondicionado la refrescaba por huecos diferentes y que los tatuajes eran como su cédula de identidad, que la flecha en el pubis era para los desorientados.

Doña Martha, que ya en ese momento no estaba lívida sino verde, y que repite que de 6 hijos ninguno le responde así, dirigió sus ojos iracundos hacia mí, me fulminó con su mirada de rayo láser y se fue diciendo: “Me perdonás Teresita pero esta Lucha es cosa perdida, es una diabla”. Y se entró furiosa para la cocina. Lucha me miró con esa sonrisa que sin hablar lo abraza a uno y las dos nos reímos. Y pensé que de esos demonios con tanto ángel debería haber más en mi universidad.