Martín era un perrito criollo de unos quince días de edad, hermano de otros cuatro machos que, juntos, fueron rescatados por doña Gladis en zona rural del municipio de Barbosa. “Los dejaron al pie de una quebrada, apenas recién nacidos”, contó la señora que estaba de veraneo en una finca, conmovida de haberlos encontrado uno encima de otro, tan sudorosos como tiernos, pequeños e indefensos.

De regreso a su casa en el barrio Laureles de Medellín, Gladis les procuró a los cinco cachorros todas las comodidades y cariños. Una de las atenciones consistió en llevarlos al veterinario para que revisara su estado de salud y sus necesidades. Allí le dijeron que todos estaban llenos de pulgas y desnutridos, pero que con los cuidados del caso sobrevivirían sin duda.

Pasados los días, la mujer se percató de que no podía dejar a Martín en casa solo, sin la vigilancia de otro ser humano, pues, a diferencia de sus hermanos, éste se salía del lugar donde lo dejaba, quería subir y bajar escalas, asomarse a todas partes, recorrer la casa toda. “Es muy necio, los otros sí se quedan quietecitos donde uno los deje y juegan entre ellos, pero éste no, es un peligro”. Por eso a Martín, café de la frente al lomo y con una pequeña porción de pelo negro en el hocico y en la cola, tuvo que ir un día a la tienda y farmacia veterinaria en compañía de Gladis, envuelto en una franelita rosada, como si fuera hembra.

Camino a la farmacia, Martín se mantuvo quieto, resguardado en la manta, asomado por un resquicio, en brazos de su cuidadora. No dio problema, fue el balance; ni ladró ni intentó escaparse a lo largo de las cinco cuadras que caminó con Gladis, en su seno y escuchándola hablar buena parte del trayecto.

Ya en la tienda, donde Martín se portó bien, quieto sobre la vitrina, la vendedora se enamoró de él y Gladis prometió llevar a uno de los otros perritos para regalárselo. En la calle, una familia de recicladores también se enterneció con el cachorro. “Cómo no quererlos”, dijo el más joven, que se puso a jugar con Martín en una acera. Pero a éste, el más inquieto, el consentido, doña Gladis no iba a entregarlo tan fácil, así tuviera que cargar con él para todas partes.

Martín

Martín, enamorando a uno de los recicladores del barrio.