Por Emeterio Gual.

Mis tías sostienen lo opuesto y son capaces de asfixiarse en medio de fajas que les moldean el cuerpo desde la rodilla hasta el cuello. Por supuesto que tal accesorio, que se me parece a una camisa de fuerza voluntaria, amenaza con ahogarlas más que moldearlas. Pero ellas van felices simulando curvas que perdieron desde los veinte años. Es un caso extremo, lo sé, y una cintura que se desborda puede llegar a desesperar hasta cometer el error de pensar que hay que someterla al dictado de una faja. Mi abuela cuenta de los sufrimientos innumerables de su generación, de las medias para controlar las várices que casi les impedían caminar trayectos largos, de los corsés que amenazaban con ahogarlas. Yo veo a mis hermanas que dilapidan pequeñas fortunas en cremas antiarrugas pero envidian la piel de la señora que nos ayuda con la limpieza y que al parecer deposita su salud facial en el sudor de su frente y en el agua fresca. Más grave quizás sí es someterse al bisturí de la vanidad para cambiar la curva de una nariz, subir un pómulo o elevar lo que por simple gravedad siempre cae.

En materia de calzado el panorama no es menos preocupante, parece que vuelven las plataformas, que parecen zancos de circo, y como chistes ambulantes veo las botas-sandalias que no parecen proteger del frío y la lluvia sino todo lo contrario, la máxima expresión de esta tontería no son las botas-sandalias que no son ni botas ni sandalias pero son acaloradoras pues cubren la pierna pero el pie no lo protegen y lo dejan expuesto a la humedad, el pantano y los residuos callejeros. Tal vez la mayor incomodidad son los zapatos de tacón aguja altísimos y puntas desmesuradamente afiladas que podrían servir de armas de defensa, pero no son para impresionar a los hombres sino a las amigas.

Con el cabello pasa algo más triste y vemos florecer la industria de los secadores y los alisadores de pelo mientras las bellas cabelleras de antes se parecen a techos pajizos que resbalan quebradizos sobre cabecitas desesperadas con la moda del momento. Si a eso se suman los colorantes, decolorantes y químicos de gran variedad uno sí se pregunta cuándo fue que empezó esta locura femenina colectiva de destruir cabelleras bellas. Y a mí que me esculquen pero creo que la incomodidad de la moda va dirigida no a agradar e impresionar a los hombres sino a estimular a las mujeres a entrar en la locura colectiva de la moda.