Por  Emeterio Gual.

El equilibrio afectivo es esquivo, mucho más en nuestra época, y es difícil lograrlo no sólo para los adultos de todas las edades sino para los niños de todo el planeta. Hace poco se contaba en la prensa cómo un niño de ocho años optó, con la aprobación de sus padres, por someterse a un cambio facial por medio de la cirugía plástica para evitar la crueldad de sus compañeritos.

No podemos caer en el mito de la perfección de los comienzos y afirmar que antes era más fácil ser estable y equilibrado, sería como decir: “La nostalgia no es como era antes”. Pero creo que es más fácil encontrar su lugar y estabilidad de roles en un grupo pequeño. Descontemos que sí era más fácil refugiarse en la religión o en estilos de vida conservadores para evitar la agonía de tener que tomar decisiones y así tomar a los ancianos o mayores como ejemplo ciego.

Podemos señalar que una fuente de insatisfacción contemporánea está en la globalización o ampliación enorme de las fuentes de referencia. Un creyente religioso se ve ahora confrontado con más fuerza para la castidad y la fidelidad. Las incitaciones hacia la promiscuidad, los estímulos eróticos de los medios de comunicación pueden dar al traste con muchas decisiones personales. Lo mismo podríamos decir de muchos valores personales que son sometidos al fuego de la información que circula con crudeza extrema. Podemos decir que ser hoy en día sereno, honrado, veraz, frugal, solitario, contemplativo, casero o sedentario entraña más dificultades que antes.

La imagen que proyectan los medios y la publicidad coinciden en mostrar como deseable ser eficientes, bellos, sociables, consumidores, ricos, mundanos y desinhibidos. Yo sí creo que esto crea conflictos muy fuertes en muchos seres humanos. Y eso que no hablamos de cosas más sencillas: actualmente se mira como dinosaurio a quien no baile, nade, monte en bicicleta o viaje.