De nuevo las funestas influencias de las miradas y el tono de voz lento y aburridor de la vida académica han cobrado sus víctimas. En un punto de la clase, allí donde las horas más pesadas de la tarde dejan al cielo en un estado de incertidumbre, los ojos de Alejandro Gutiérrez, de 20 años, no aguantaron más y sus párpados sepultaron al fin sus pupilas.

En el salón de clase esto no es precisamente algo extraordinario, sin embargo, no se trataba de la última silla del rincón del aula, sino precisamente aquella al lado de la profesora, frente a todo el salón. Lo peculiar del caso es que fue justamente en su exposición, programada para ese día, que sucumbió a la impertinente pesadumbre de Morfeo*.

El suceso se presentó en la Universidad de Antioquia, en un curso de Hermenéutica y Fenomenología (nombres que de por sí ya adormecen) que, según los asistentes, fue una pérdida de tiempo –pero una ganancia de sueño-. La profesora continuaba comentando la exposición en su tono adormecedor mientras, ante la sorpresa de sus compañeros, la mirada de Alejandro se fundía de una manera descarada e incontrolable. Algunos testigos afirmaron que incluso llegó a cabecear hacia la profesora, quien lo evitó con un angustioso reflejo.

Él dijo que no fue su culpa pues, “nunca había conocido alguien que pudiera producir tanto sueño”. Afirmación que, por demás, apoyaron los demás asistentes del curso. “Su cara es como el tedio encarnado”, aseguró María, testigo de los hechos. A pesar de lo sucedido Alejandro expresó: “Saqué un 4.3. Pensé que me iría peor porque en todas las clases me quedaba dormido. Era inevitable, realmente inevitable”. (Por: Nihil_G.)

*Dios griego del sueño.