Por Teresita Abril.

De todas las cosas de mi tiempo hay unas que adoro y otras que detesto. Me encantan las pinzas para alisar el cabello y ver cómo queda -que cae como una agüita sobre la cabeza-, y me encantan los piercings y los tatuajes. Tengo tres estrellas en la parte alta de la espalda y una serie de señales para el tráfico para orientar a los amigos y recién conocidos que circulan por mi cuerpo. Y me pareció súper odioso que a un futbolista que tenía tatuado un Jesucristo en el brazo lo molestaran los árabes y casi lo metieran a la cárcel. En cuanto a los piercings, todos me encantan y me pondría hasta en los tejidos internos, creo que son expresión de la libertad y mi soberano derecho a hacer con mi cuerpo lo que yo quiera.

Tinturas en el pelo e indumentaria por estrafalaria que sea las tolero, y defiendo el derecho de vestirse como le dé a uno la gana. Creo que pronto veremos a la gente salir para el trabajo de esmoquin o frac o incluso de vestidos de novia con colas largas de tul, y mucho más.

Estamos por ver una serie de cambios extremos que nos harán ver el pasado como algo distante en esta materia. No habrá diferencias entre trajes de noche y de día, veremos cuerpos desnudos pero pintados de mil colores, se podrá ir al trabajo enfundado en un costal o en un saco de polietileno, volveremos a vestirnos con conchas y cáscaras o cortezas de  árbol. Pero yo de verdad lo que no me aguanto ni acepto es que la gente de bien, mis amigas, se vistan con ropa rota.