Por Tiberio Arroyave.

Algunos juguetes parecen casi eternos, por lo menos nuestra memoria de ellos es tan duradera como nuestra corta vida. Pero no es sólo cosa de la memoria pues de hecho algunos son muy duraderos. De los tiempos prehistóricos se conservan hachas y puntas de flechas, ruedas y piedras para moler granos y no es extraño pues fueron cosas hechas para durar y lo más sorprendente es cómo se pueden ver en los museos, a su lado, los juguetes de nuestros antepasados milenarios: muñecas de piedra, coches de arcilla, bolas de cristal y bronce, pequeñas estatuas de hierro.

Nuestros juguetes hablan por nosotros y muestran no sólo nuestro carácter sino la forma como los sueños se vuelven cosas materiales y habitan en nuestro espacio. Los juguetes más costosos no son los más deliciosos pero sí nos podemos sorprender al ver cómo los coleccionistas de trenes, por ejemplo, pueden prolongar sus juegos durante toda una vida y hacer de ellos una profesión alterna o su trabajo. Opino que los grandes coleccionistas no se separan mucho de aquellos obsesivos que conservan por toda su vida objetos muy queridos por el poder mágico que ellos ejercen.

Creo que es muy borrosa la línea que separa el juego y lo serio de la labor, y estoy seguro de que quienes más disfrutan su vida diaria siguen en un juego eterno desde la infancia. Parece que la creación se originara en el juego y los juguetes, y en nada se puede constatar la magia humana de una más bella manera que en la forma como una simple piedra se transforma. Dime con qué juegas y te diré quién eres.

Nunca hay pocos juguetes pues la imaginación lo transforma todo y una toalla es una capa para volar y una silla un carro de helados, una fruta de mango se puede volver una rana, un palo una espada, un perro se convierte en un caballo, un gato en un toro. En mi infancia la mesa del comedor lo dejaba de ser por las tardes y en una transformación mágica se convertía en una casa en medio del bosque imaginario, otro día era un toldo en un desierto para luego ser un iglú o un castillo. Creo que los juguetes nos ayudan a ser más humanos y poner alguno en las manos de un niño es un gesto elemental que puede ser inolvidable o muy duradero.