Por: Castañeda Galeano.
Usted está comiendo en un restaurante con su pareja y de repente entra al negocio una familia, digamos, de cuatro integrantes. Un mesero los acomoda cerca de su mesa y se dispone a tomar el pedido.
La señora de la familia no sabe qué pedir, se muestra indecisa, levanta la mirada, la mueve de aquí para allá y la clava finalmente en su plato, lo observa, lo analiza y le pregunta al mesero: “¿Cuál es el plato que tiene el señor?”. En ese instante el mesero también dirige la mirada a su plato, que para ese momento ya ha pasado de privado a público, pues el marido y los hijos de la señora también tienen los ojos puestos en él.
Este comportamiento, que viola la intimidad del comensal y examina sin consideración los alimentos que están siendo ingeridos, debería estar prohibido en cafeterías y restaurantes. Cada plato es sagrado y nunca debería ser blanco de miradas y análisis. Pero no sólo son algunos clientes, el propio mesero puede ser quien induzca a esta vil práctica, utilizándola para ayudar a visualizar: «Viene con ensalada y papa cocida, como el del señor”, ocasionando así que todos los integrantes de la familia, incluyendo posibles niños, contemplen con la mirada -una mirada sin sentimientos- lo que uno se está comiendo.
Cuando el plato de alguien es escudriñado y utilizado como ejemplo, se configura un atropello; la víctima está sentada, indefensa, sin poderse ir en medio de la ingesta. Al mesero ya no le importa esta persona, que es observada como animal doméstico en zoológico y que no tiene cómo proteger su platillo de esas miradas exploratorias ni tiene cómo evitar que su propia comida se convierta en comidilla de los demás: “Yo quiero lo mismo del señor pero sin tanto arroz” o “Quiero una carne como la del señor pero sin cebolla”.
Además, los clientes que miran el plato de otras personas para hacer su pedido, lo hacen con cierto aire de superioridad, como si le fueran a traer el mismo plato pero mejorado, ya que pudo verlo antes y corregirle algún defecto: “Queremos una paella como la de la parejita, pero con más camarón”.
Mientras la ley se ocupa de esto, exijo a los restaurantes usar fotos en sus menús, de todos los platos ofrecidos, incluyendo postres, y ubicar las mesas en puntos estratégicos, lejos de miradas inescrupulosas y curiosas de clientes indecisos, porque una de las cosas que deben brindar a cada comensal es la sensación de estar como en casa.
Apoyo plenamente la propuesta. No más miradas imprudentes en los ojos de nuestro plato
¡Eso Natalia! Castañeda Galeano estará feliz de saber que lo apoyas, un saludo y gracias por comentar.
Pues si no les gusta vayanse del país.
Por el contrario, creo que hace parte de nuestra libertad de expresión y del libre albedrío. Todos tenemos el derecho de ver lo que nos vamos a comer antes de decidir.
Excelente!!! es conmovedor ver que somos más que un puñado las víctimas de esta práctica tan hostil.
LANGOSTA, LANGOSTA y ¡AY! del que la voltee a mirar…
Me parece que a la entrada de los retaurantes, deberían entregar unas anteojeras como las que les ponen a los caballos. Y que sea obligación usarlas. Así desaparece la preocupación que tortura a Castañeda galeano.