Vicio feo el mío, que no puedo tener las uñas medio largas porque ahí mismo les meto el diente. Pero qué más se podía esperar si es un vicio heredado, un vicio en los genes, digo yo, porque a mi mamá nunca le vi las uñas largas. Siempre las tenía comidas, como decimos, hasta la madre. Y tenía el descaro de decirme que no me las comiera.

Con los años he progresado en la vivencia y métodos de este vicio inútil. Hace rato no hago como mamá que comía uñas en todo momento y en todo lugar. Este hábito lo administro de tal manera que genere la menor incomodidad posible, es decir, bregando a que nadie me vea, a hacerlo en la intimidad de mi cuarto o del baño. Aunque es difícil porque generalmente es en reuniones y encuentros sociales que me resguardo en mis uñas para ir digiriendo lo que la gente dice, me importe o no.

Hay que aclarar que este vicio mal llamado comer uña no consiste en comérselas, por lo menos yo no me las trago; se trata más bien es de mordisquearlas, morderlas, partirlas, jugar con ellas un rato en la boca y, con la conciencia plena de que no se ha hecho literalmente nada provechoso, botarlas.

Ser cobarde me ha ayudado a no ser más obsesiva con este vicio. El dolor que produce arrancarse una uña hasta el punto donde se despega del dedo me hace pensarlo dos veces antes de pasar los colmillos una vez más por una uña ya devorada. Entonces espero unas semanas a que la uña peleche nuevamente y, aunque la mayoría de veces hago esfuerzos y promesas para combatir el impulso, casi nunca lo cumplo.

Vicio feo y bobo porque lo que produce es trabajo: comida la uña hay que proceder a pulir la que queda en el dedo para que no se enrede en parte alguna, para no rayarme a mí misma, para que por lo menos no se vea tan fea.

Y que por qué me como las uñas. Hombre, pues yo no sé. Que si es que me mantengo preocupada, ansiosa, nerviosa… Creo que no, me parece, muy por el contrario, que los momentos en que me las estoy comiendo lo que estoy es demasiado ociosa y escasa de cosas en qué pensar. Es un impulso que ha de parecer, admito, bien desagradable a las personas que me ven hacerlo.

¿Lo dejaré? No sé. La verdad es que este vicio no me avergüenza. Es más lo llevo con orgullo: soy una especie en vía de extinción. Lástima que mamá no esté aquí para reírnos de las caras de la gente viéndonos comer uña, como si tuviéramos hambre, en una especie de canibalismo apenas ofensivo por lo feo. Pero quién dijo que un vicio era bonito.

Por Josefa Garra

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