Un vendedor ambulante que aseguró llamarse Alberto López, dedicó el comienzo de una tarde de lunes a seleccionar, lavar y empacar el equivalente a 10 cajas de tomates que comenzaría a vender sólo después de las 6 p.m. De esta manera, López evita la acción de los funcionarios de Espacio Público, que suelen retener la mercancía a los ciudadanos que comercian de manera informal en las aceras del centro de la Medellín: «Es que de día no nos dejan camellar, pero ya después de las seis la gente sale del trabajo y va comprando», afirmó. A-Pin lo acompañó en sus labores durante un buen rato y esto fue lo que encontró:

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Cuando Alberto compra los tomates en la Plaza Minorista estos vienen sin lavar, algunos con pequeñas hojas verdes aferradas a su coronilla, y entre ellos suele haber otros cuantos no aptos para la venta. «Esto viene de El Peñol y de mucha parte», afirma el hombre, quien cuenta que no sólo vende tomates: «Vendo lo que esté barato: plátano, frutas y así. Este tomate, porque es tomate pichurria (de regular calidad), pero el bueno ha estado hasta a 2 mil pesos el kilo». Mientras tanto, el cuchillo y la tira de malla roja esperan su turno.
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Los tomates que cumplen con el primer filtro de calidad pasan al balde de lavado: «Les quito las hojitas a los que tengan y luego los lavo. Me gusta organizarlos bien», dice cuando su reloj apenas marca algunos minutos después de las tres de la tarde.
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Los tomates verdes que van apareciendo los reúne en un rincón de su carreta: «Con esos armo otros paqueticos porque hay gente a la que le gusta llevar el tomate así», asegura.
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Cuando algunos de los frutos ya están en proceso de descomposición o presentan lesiones serias son arrojados a su suerte a la calle o a la acera: «Esos que están muy blanditos o podridos ya no dan para comérselos».
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Antes de empacar los tomates, Alberto prepara la tira de malla. «Cada paquetico lleva entre 18 y 20 tomates, dependiendo del tamaño», dice.  A pesar de que afirmó que los verdes iban en paquetes separados, en la imagen vemos un verdolaga camuflado entre los rojos. También fuimos testigos de que cuando el calor de la tarde hace lo suyo, Alberto da un sorbo al agua que tiene en una botella de gaseosa.
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Alberto reúne los tomates en el segmento exterior de la tira de malla, y cuando ha acumulado suficientes para armar un paquete anuda la punta, y luego corta el otro extremo y también le practica un nudo. «Los paquetes de tomate más grueso los vendo a dos mil, y los del más delgadito a mil», explica, y asegura que  «el nudo no tiene ningún misterio».
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El objetivo de López era dejar todos los tomates listos y empacados para luego guardar su carreta en el garaje vecino hasta que llegara la hora de iniciar las ventas. Sin embargo, una mujer que pasaba con su hija hizo un alto para proveerse: «Primero iba a llevar un paquete de mil, pero luego se antojó del de dos mil», contó él. En la imagen vemos cómo con una mano le presenta el producto a la mujer, mientras con la otra logra inflar la bolsa plástica en la que le entregará el producto listo para llevar. En menos de una hora, la carreta, con todos los paquetes ordenados, pasará junto a la pila de llantas que se ve al fondo rumbo a un rincón del garaje, a la espera de la caída de la tarde para entrar en acción.